sábado, 27 de junio de 2009

El tupé de disentir con Caparrós

El insigne Martín Caparrós, periodista y escritor, analista ácido y agudo, publicó una columna en la contratapa del diario Crítica del 26 de junio, defendiendo sus razones para desear que las listas kirchneristas no ganen las elecciones legislativas del 28 de junio. Acá, un fragmento brillante de Seudoprogres,boquipapas,pino. Más abajo, mi humilde reflexión en el disenso.


"Quiero que pierda Kirchner porque se cargó un pasado y un futuro: intentó apropiarse de una historia supuestamente heroica que no fue la suya y convertirla en oropel y justificación de un presente turbio que sí le pertenece. Trató de justificar con sus reivindicaciones –tan tardías– de los derechos humanos de los setentas un gobierno que mejoró muy poco los derechos humanos básicos, urgentes –comer, curarse, educarse, alojarse– de la mayoría de los argentinos del año 2010. Y terminó abriendo el camino para la vuelta de los caciques sindicales y los intendentes clientelistas –con él– y de los chicos Newman –contra. Pero, sobre todo, produjo un efecto devastador en la política argentina: quién sabe por cuántos años va a ser muy difícil hablar de distribución de la riqueza sin que suene la carcajada al fondo por tanta palabra malversada, hablar de estatización sin que aparezca la sospecha judicial por tanto colchón pagado con fondos estatales, hablar de cambio social sin que te tiren por la cabeza con el recuerdo de esta banda de amantes del poder.Quiero que pierda porque hipotecó la posibilidad de cualquier tentativa de cambio en la Argentina por un tiempo –¿largo?– y le dejó el camino abierto a la derecha más desembozada. Que, por supuesto, también quiero que pierda. Digo: quiero que pierda la coalición de la papa en la boca. Hacía tiempo que la boquipapa no tenía tanto peso en la política argentina. No recuerdo cuándo fue la última vez que una banda de muchachos elegantes, hijos de papás con cuentas o campos o fábricas o tiendas –De Narváez, Macri, Solá, Prat Gay–, irrumpió tan oronda, sin ninguna necesidad de disimular su acento –sus marcas de clase, digo– para hacer política. Más bien al contrario: los boquipapa son la avanzada de una clase que ahora puede hacer alarde de su plata y su estilo, que aprovecha un país sin proyecto para mostrarse en todo su esplendor, que aprovecha un gobierno desquiciado para recuperar el discurso capitalista duro de los noventas, que aprovecha incluso el honestismo ambiente para sugerir que, como ya son ricos, no necesitan robar tanto.

Tan cierto es que la plaga de la papa en la boca nos tapó -políticamente e ideológicamente hablando-, que la muerte reciente de Bernardo Neustadt no representa para la derecha y el poder económico una pérdida irreparable, dado que el trabajo sucio se ha hecho con creces. Alcanza con que un hijo de la patria financiera y contratista pueda exhibir un pequeño éxito en la gestión de un club que maneja cifras millonarias, o que un dandy con tatuaje en el cuello se pavonee con la billetera cargada en virtud de los buenos negocios de las anteriores generaciones familiares, para que millones de argentinitos con apelllido europeo (de más o menos acomodada clase media, prejuiciosos y despectivos de nuestras raíces amerindias, temerosos de los más pobres, esos "negritos" a los que odian -junto con la idea de alguna vez parecérseles-, preocupados por la seguridad de su propio trasero, pero no tanto en la de los derechos humanos de los que sufren las consecuencias del modelo, alelados por el estilo de vida country al que aspiran alguna vez llegar, si no lo han logrado ya), los terminen votando.
Nadie osa sugerir que el caudillismo de los intendentes del conurbano, el clientelismo humillante, el desprecio por la libertad de prensa, o la falta de un proyecto que dé contenido a las expresiones en favor de la distribución de la riqueza y la justicia social, sean rasgos defendibles del actual rejunte político gobernante. Ni que la historia vaya a recordar a los presidentes Kirchner como aquellos que pusieron al país en el camino del desarrollo económico y social. Pero hoy, desearles una derr0ta en las elecciones, significa pretender el triunfo de los que Caparrós llama "boquipapas". Asumámoslo: ni Fernando "Pino" Solanas, ni Luis Zamora, ni Martín Sabatella, ni ningún otro opositor con chapa de progresista u honesto, están en condiciones de capitalizar una derrota del régimen gobernante. Los votos que emanen de la sangría kircherista irán a parar a las listas marketineras de la derecha, o a los conservadores radicales que, sin estar tan lejos de aquellas en lo ideológico, se relamen con la posibilidad de recuperar parte del orgullo perdido tras el bochorno del 2001.
Si es cuestión de desear, que gane entonces el "menos peor". Incluso cuando uno sabe que hay que tener cuidado con lo que se desea, porque se puede hacer realidad.